Junio 24, 2021
¡Luchemos juntas para detener la discriminación de género!
En mayo de 2018, Maritza Pérez, una trabajadora mexicana originaria de Tuxpan, Veracruz, fue contratada con una visa H-2A por una granja ubicada en Florida para un trabajo agrícola. Le dijeron que cosecharía calabazas, pepinos y pimientos. Aunque nunca antes había trabajado en los Estados Unidos, Maritza estaba entusiasmada por la oportunidad económica que le ofrecía el trabajo. Esperaba poder cuidar a sus padres y hermanos con el salario que ganaría.
“Me acuerdo estar emocionada cuando cruzábamos el puente para llegar a los Estados Unidos; me sentía ilusionada por la oportunidad, pero esa ilusión terminó rápidamente,”nos contó Maritza.
Esta historia es familiar para muchas mujeres trabajadoras migrantes. De las aproximadamente 164 millones de personas trabajadoras migrantes que hay en el mundo, 41,6% son mujeres. Una encuesta realizada por el CDM demostró que 94% de las mujeres trabajadoras migrantes apoyan económicamente a su familia. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, muchas de las veces las personas trabajadoras migrantes buscan empleo en el extranjero para obtener oportunidades económicas decentes y seguridad social y física que a veces no están disponibles en sus países de origen. Este objetivo generalmente está plagado con desafíos inhumanos.
En su testimonio, Maritza explica que las condiciones de vida y de trabajo en la granja eran deplorables. Al principio le dijeron que trabajaría en la cosecha, pero Maritza fue relegada a un trabajo de empaquetado. Por su trabajo de empaquetado recibía un salario menor que el de cosecha, y los trabajos de cosecha siempre estaban asignados exclusivamente a los hombres. Maritza y sus compañeras trabajaron más de 16 horas al día, no tenían equipo de protección personal a pesar de las peligrosas condiciones, les gritaban y las humillaban. La única agua a la que tenían acceso olía a cloro y debía comprar su comida a su empleador. El miedo se extendió incluso a su vivienda. Obligada a vivir en un hotel por su empleador, el supervisor de Martiza tenía acceso ilimitado a las habitaciones privadas de ella y de sus compañeras.
Desafortunadamente, esta forma de discriminación no es inusual. Durante el proceso de contratación, las mujeres son frecuentemente maltratadas y defraudadas de forma desproporcionada, y son canalizadas hacia una gama limitada de industrias y roles de género. El 70% de las mujeres reportaron incidentes de discriminación o acoso por razón de sexo durante la contratación o el empleo en los Estados Unidos. Es importante destacar que la discriminación de género no se limita al acoso sexual. Adopta muchas formas, incluyendo: pago menor en comparación de los hombres que hacen el mismo trabajo, menos oportunidades laborales, y peores condiciones de vida basadas en estereotipos de género. Aunque las mujeres representaban 25% de la mano de obra agrícola de Estados Unidos en 2018, sólo 3% de todos las visas de H-2A se emitieron a mujeres. Las mujeres también reciben con frecuencia un salario inferior al de los hombres, y casi la mitad de las mujeres informaron que estaban pagadas menos que el salario mínimo federal de los Estados Unidos.
Es importante recordar que estos actos discriminatorios no son legales. Hay varias leyes internacionales y de los Estados Unidos que prohíben la discriminación de género y protegen a las mujeres trabajadoras migrantes. Es importante que todas las personas trabajadoras migrantes conozcan estas leyes y sus derechos laborales. Con educación y recursos legales, pueden protegerse y encontrar justicia por la discriminación en el lugar de trabajo.
Si necesitas información, llama al Centro de los Derechos del Migrante, Inc. (CDM) toda asesoría es completamente gratuita y confidencial. Puedes llamar desde México al 800-590-1773, desde Estados Unidos al: 1-855-234-9699 de lunes a viernes de 9:00 a 17:00 horas (CT).